«Todo está en los libros» fue un estribillo de mi adolescencia, la banda sonora de un programa televisivo sobre libros. Aute firmaba la música y Jesús Munárriz la letra. La interpretaba Vainica Doble. Aquel sonsonete inspira hoy el título de esta entrada: «Todo está en los mitos».

Cada día de la semana honramos a los viejos dioses Clic para tuitear

No creo que el novelista Neil Gaiman tenga razón. Es decir, no creo que los dioses antiguos hayan muerto. De todos modos, Gaiman no es original. Cuenta Plutarco que, en tiempos de Tiberio, el capitán de un barco griego, Thamus, oyó una voz que le decía: «¡El Gran Pan ha muerto!». Y que todos los que supieron de ese anuncio luctuoso perdieron la alegría de vivir y el lazo con la naturaleza. Es decir, se hicieron más humanos…

El superventas inglés pinta en American Gods un crepúsculo de dioses polvorientos masacrados por el novísimo panteón de las redes sociales y el espectáculo, tantas veces lo mismo. No sé en qué día de la semana empezó a escribir su novela, ahora serie de televisión. Si fue un jueves, Gaiman sabría que, en su idioma, es el día de Thor (Thursday), el dios del martillo y las tormentas y marido de Elsa Pataky. En español, los jueves honramos a Júpiter, rey del Olimpo, dueño de los rayos, los truenos y las centellas.

Mr. Wednesday, tuerto y con sus cuervos, como Odín, también llamado Wotan y Woden.

No hay un solo día de la semana en el que no invoquemos, incluso los descreídos, a un dios antiguo. El lunes (dies Lunae) es el día de la luna: Selene en la mitología grecorromana y Máni (Monday) en la nórdica. El martes, el de los dioses de la guerra: Marte y Tiw (Tuesday). El miércoles, el de Mercurio, el mensajero de los dioses, o el de Wotan, nuestro Odín, al que Gaiman llama Mr. Wednesday. Venus, la diosa romana del sexo y la belleza, nos trae el viernes. Los ingleses le dicen Friday, por Freyja, diosa erótica boreal.

En castellano, el sábado y el domingo vienen de la mitología judeocristiana. Son los días que Yahvé y Dios destinaron al descanso y a su adoración. Pero en inglés, paradójicamente, pertenecen a un par de dioses mediterráneos: Saturno (Saturday) y Apolo, el dios solar (Sunday). Constantino, el emperador que legalizó el cristianismo, adoró la mayor parte de su vida al Sol Invicto y dominical.

El tiempo nos ha hecho ignorantes, pero no ha matado a los dioses

Los meses de enero, marzo, mayo y junio también hacen referencia a dioses romanos. Respectivamente a Jano, el dios de las dos caras que mira al pasado y al futuro; a Marte, porque las campañas militares se ponían en marcha al llegar la primavera; a Maia, la diosa del cuerno de la abundancia, y a Juno, esposa de Júpiter.

El paso del tiempo y la rutina, amén de la soberbia y la ignorancia osada del presente, han borrado la noción de lo divinas que son muchas de nuestras palabras. De Afrodita viene «afrodisíaco»; de Venus, «venéreo», y de Eros, «erótico». Por Hércules hacemos esfuerzos «hercúleos», y por los Titanes, «titánicos». A Chronos, el dios del tiempo (no confundir con el padre de Zeus), se encomiendan los atletas que corren bajo la dictadura del «cronómetro». También los periodistas que redactan a vuelapluma una «crónica». Y, desde luego, los médicos que diagnostican una dolencia que se «cronifica». Si la enfermedad es terminal, el facultativo pedirá la ayuda de Morfeo, el dios de la ensoñación y del opio, y administrará la dosis correspondiente de «morfina».

Ares y Fobo en su carro de guerra, escoltados por Atenea, rumbo a la guerra contra los Gigantes, la Gigantomaquia.

Los psicólogos saben mucho, con permiso de poetas y mitógrafos, de cuánto nos acompañan los mitos. Narciso da nombre al egoísmo patológico, así como Edipo y Electra a la fantasía del incesto. Pero quizá no sepamos, o no recordemos, que las «fobias» tienen su raíz en Fobo, hijo de Marte y auriga de su carro de guerra. Desde las nubes, Fobo esparcía el terror en las batallas. Y que la hebefilia, la atracción morbosa por los pubescentes, toma su nombre de Hebe, la hija de Zeus y Hera que personificaba la juventud.

Edipo, Narciso, Pan y Fobo aún dan trabajo a los psicólogos

Los psiquiatras atienden a personas aquejadas de ataques de «pánico». Era el miedo irracional que provocaba entre pastores y ninfas la aparición de Pan, el dios silvestre y velludo con cuernos y pezuñas de cabra y un falo bestial. Si esa verga nunca languideciera (milagro que hoy se le pide a la viagra), el diagnóstico sería de «priapismo», por el dios eternamente cachondo, Príapo. Aunque es verdad que, en cuanto al sexo, podríamos darle la razón a Gaiman, pues las ninfas y los sátiros han sido quirúrgicamente sajados del repertorio clínico. Así, hemos sustituido «ninfomanía» y «satiriasis» por hipersexualidad, que es como cambiar la poesía por lejía de quirófanos.

¿Y quién no siente pánico ante la incertidumbre que nos provoca la actualidad? Vivimos en un mundo donde ir tirando se ha convertido en una «odisea» que deja la de Odiseo al nivel de una peripecia de Bob Esponja.

«Pan, dios de la Naturaleza, fecundando a una cabra». Escultura hallada en Herculano.

Hasta la inteligencia artificial está presente en la mitología. El feo y tullido Hefesto construía, en sus fraguas del Etna, autómatas y maquinaria inteligente. Al muy ladino lo atendían en su mansión del Olimpo las doncellas doradas, dos bellísimos robots áureos dotados de fuerza, inteligencia y habla. ¿Las replicantes de Blade Runner, Rachel, Pris y Zhora, no son un reflejo de ellas?, ¿o el Robot María, de la Metrópolis de Fritz Lang, trasunto de otra fémina creada para la perdición de la Humanidad: Pandora? Sí, las ginoides y femrobots de hoy ya estaban en Homero, Hesíodo y demás mitógrafos de la Antigüedad.

Ni el fútbol se libra de los mitos. Para empezar, un portero es un «cancerbero», el perro de tres cabezas que protegía las puertas del Hades. La afición del Atlético de Madrid se reúne ante la estatua de Neptuno, el dios romano del océano, cada vez que Nike, la diosa de la victoria –hoy marca deportiva–, le sonríe. Los del Madrid rinden culto a una diosa de la fecundidad, Cibeles. Lo que quizá no sepan los merengues es que sus antiquísimos adoradores se emasculaban, y por su propia mano.

A falta de los de verdad, queremos ver héroes en los estadios. Y no sabemos hasta que punto tenemos razón. Con nuestros estándares, Heracles sería un asesino de género, un delincuente ecológico y un ladrón. Teseo, matador del Minotauro, un violador. Y Aquiles, un narcisista megalómano que cambiaba esclavas con Agamenón como los niños cambian cromos de fútbol. Hoy encontramos en los titulares cracs defraudadores y futbolistas acusados de violación y palizas domésticas.

El fútbol abona su mitología con estiércol de fraudes, narcisismo y sexo Clic para tuitear

Apolo, delator, le cuenta a Hefesto que su esposa, Afrodita, lo engaña con Ares. «La fragua de Vulcano», Diego Velázquez (1630).

Así pues, los dioses antiguos no han muerto. Nos acompañan todos los días de nuestras vidas, como hicieron con nuestros antepasados y harán con nuestros descendientes. Los mitos son, en consecuencia y por ahora, eternos.

También nos regalan un lazo muy potente y solidario con gentes que vivieron milenios antes que nosotros. De ahí que seamos capaces de encontrar cierto alivio al darnos cuenta de que, con independencia de la época en la que nos haya tocado nacer, todos sufrimos y gozamos por las mismas cuestiones esenciales y por la contingencia de nuestro propio existir.

Un escritor que se precie no debe renunciar a los mitos

Aparte de alivio, nos ofrecen humildad, pues, aunque nos pese, no inventamos la pólvora. En plena Ilustración europea aún se debatía si los antiguos filósofos tenían mentes más poderosas que las de los ilustrados. Hoy ya no se debate ni se duda: somos los más listos, guapos y sanos de la Historia. Y punto. Pero no: los antiguos eran muy capaces de explicar la naturaleza del ser humano con mitos que, aún hoy, sirven para entendernos a nosotros y entre nosotros. Así que Gaiman no tiene razón.

Él lo sabe, como todo escritor que se precie. Para escribir, la mitología es un potentísimo arsenal de tipos y situaciones, afirmación que se extiende a la Biblia, como ya sugerí en una entrada anterior, Palabra de Dios. ¿O acaso no es Sísifo el patrón de la mayoría de nosotros? ¿No empujamos una bola inmensa de palabras con el ánimo de llegar a la cumbre solo para ver como rueda de vuelta al desfiladero? Todo, lo inventado y lo por inventar, está en los mitos. Cada vez que un escritor dice, o sugiere, que los dioses han muerto, muere una musa. Menos mal que ya estamos nosotros para ayudar a Peán, el médico del Olimpo, a resucitarlas.

N. del A.: Esta entrada inspiró mi última obra, Animales divinos (fauna mitológica de la Antigua Grecia), disponible en franquicias y librerías y en la página web de la editorial Siruela.

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