Desde que salió el 3 de mayo, hace poco más de un mes, me preguntan con frecuencia si los adultos pueden leer Animales divinos (Fauna mitológica de la Antigua Grecia). La respuesta es que si saben leer, si entienden lo que leen (el analfabetismo funcional avanza que es un primor) y si tienen tiempo y ganas, ¡desde luego que pueden! Primero, porque quizá les traiga, igual que a mí, hermosos recuerdos.
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Cuando tenía once años, me enamoré de la mitología leyendo una enciclopedia que teníamos en clase. Era de color burdeos, publicada por el Fondo de Cultura Económica de México. Mientras algunos de mis compañeros empezaban a atragantarse con cigarrillos sueltos comprados en un quiosco, yo saltaba de página en página buscando dioses, héroes y prodigios.
Ya en casa, procuraba, con tretas dignas de Odiseo, merendar donde la señora Chelo, una vecina que tenía una enciclopedia Salvat en el mueble-bar del salón. Cuando abría un tomo, nuevas maravillas se desplegaban ante mis ojos (los cuatro, pues, como Manolito, era y soy un gafotas). Y así hasta que entró en casa un representante de la editorial Edaf y les colocó a mis padres nueve volúmenes negros que no me leí completos porque aún no existía Pasapalabra. Cuando, en las navidades de 2020, empecé a documentarme para Animales divinos, recuperé parte de aquellas emociones —la curiosidad y el entusiasmo que la acompañaba— mientras transitaba entre las bibliotecas infantiles de Coruña (municipales, de la Diputación y del Estado).
La segunda razón para animar a los adultos a leer Animales divinos es que pertenece a la colección de Siruela titulada «Las Tres Edades», presentada así por la editorial:
En 1990 apareció esta colección de literatura infantil y juvenil, cuyo nombre está basado en el conocido enigma de la esfinge sobre las tres etapas de la vida humana. Nació con la aspiración de dirigirse a un público de todas las edades: de 8 a 88 años, con éxitos como Caperucita en Manhattan de Carmen Martín Gaite, El mundo de Sofía de Jostein Gaarder o El diablo de los números de Hans Magnus Enzensberger, entre muchos otros.
Para ser exactos, Animales divinos está incluido en una subcolección de Las Tres Edades: Nos gusta saber. El caso es que, como soy más pesimista que Siruela, voy a recordar de qué va ese «conocido» enigma de la esfinge. De la griega, no de la Guiza.
Hablamos de una leona con alas de grifo, cabeza de mujer y sonrisa de Gioconda, es decir, enigmática. Con semejante aspecto y con una quisicosa, sembraba el terror en la entrada a Tebas. Todo el que pretendiera llegar a la ciudad o salir de ella tenía que resolver un acertijo. Como nadie encontraba la solución, Esfinge los devoraba. Por eso, no había tebano ni forastero que conociera la pregunta y pudiese buscar la respuesta. Hasta que llegó Edipo y el monstruo le planteó la mortífera adivinanza:
¿Qué ser, provisto de una sola voz, se mueve a cuatro patas por la mañana,
camina erguido al mediodía, utiliza tres pies al atardecer
y es más débil cuantas más patas tiene?
Flemático, Edipo le respondió: «El ser humano, que gatea de pequeño, anda sobre sus piernas en la flor de la vida y se ayuda con un bastón cuando envejece». Rabiosa, Esfinge se tiró por un precipicio y los tebanos fueron libres. La colección de Siruela a la que pertenece Animales divinos se refiere, justamente, a la respuesta de Edipo: libros para lectores «de 8 a 88 años».
En fin, que sí, que los adultos pueden leer mi último libro. Aunque se me ocurre un modo más placentero de hacerlo que a solas: con vuestros hijos, sobrinos y ahijados. Pero, aun más, con vuestros nietos, explicándoles la relación entre Sancho Gracia y Belerofonte, el jinete de Pegaso, o qué son las cañaíllas, el marisco preferido del perro de Heracles. Momentos que los jóvenes guardarán en su tierna memoria y que serán un bálsamo para los mayores.