Con mayor o menor intensidad epifánica, el mito se manifiesta en nuestras rutinas como el rescoldo de lo sagrado bajo la ceniza de los días. Hoy hablaré, para empezar, de las apariciones cotidianas del caprichoso Baco. Pero también traeré a Procusto, a la sibila y a Medea.
Dioniso está muy lejos de ser el dios borracho y libidinoso del tópico; el hijo de Sémele muere y renace con dolor y baja a los infiernos en busca de su madre. Menuda veta para el psicoanálisis. Solo quienes disfrutan en la mitad de su vida (y más allá) de los placeres de fermentados y destilados conocen la agonía, ya no solo física, de una resaca. Y ahí está Baco en su integridad como dios de la embriaguez y de su reverso.
Esta semana, una bacante ha paseado la cabeza de un hombre por un plató Clic para tuitear