En su cuento Las campanas, de 1844, Charles Dickens habla así del Año Nuevo:
«Se aguardaba el Año Nuevo como si del príncipe heredero del mundo se tratase, con bienvenidas, presentes y celebraciones. Había también libros y juguetes para el Año Nuevo, brillantes baratijas para el Año Nuevo, vestidos para el Año Nuevo, buenos deseos y propósitos para el Año Nuevo, nuevas invenciones para pasarlo de forma amena […] El Año Nuevo, el Año Nuevo. ¡En todas partes el Año Nuevo! El Año Viejo ya se consideraba muerto, y sus efectos se vendían baratos, como en la cubierta de un barco los de un marinero ahogado. Sus hábitos eran ya los del año pasado y estaban destinados al sacrificio antes incluso de exhalar el último estertor. ¡Sus tesoros eran pura bazofia en comparación con las riquezas de su sucesor, aún por nacer!».