Estas líneas van de uno de los mayores best-seller de la historia: la Biblia. Y de su autor, que tuvo, como cualquier superventas sin escrúpulos, sus correspondientes negros: los evangelistas. Por muy descreído que uno sea, cualquier catálogo mitológico, y eso incluye los Testamentos, es una fuente riquísima de inspiración artística.

Vale que Cervantes sea Dios, pero feminista no me parece. Clic para tuitear

Mateo, Marcos, Lucas y Juan, los cuatro «negros» de Dios…

Con motivo de la presentación de su último libro, a Raúl del Pozo le publican una entrevista en eldiario.es. Y se despacha con este titular: «La Biblia es un libro machista, genocida y un elogio a la guerra, pero está bien escrito». Y tan pancho.

Me recordó otra entrevista, aquella a Eslava Galán, por una novela suya inspirada en el autor del Quijote. El autor se sacó esta sentencia de la manga: «Cervantes fue feminista antes de que existiera la palabra».

Don Miguel ha sido muchas cosas desde que pudo valerse por sí mismo hasta hoy. Eso sí, ha dependido bastante de las modas políticas, sociales y culturales. Pero en cuanto a feminista, conviene recordar varios capítulos de su vida que no lo hacen merecedor de esa condición tan loable hoy.

En lo amoroso, don Miguel fue, más bien, un pollavieja... Clic para tuitear

El manco de Lepanto tuvo amoríos adúlteros con la mujer de un posadero, a la que preñó y olvidó. Y se casó por interés con una campesina acomodada cuando su teatro no le daba para vivir en Madrid. Hasta puede que se aprovechara del manejo que sus hermanas hacían de los apetitos masculinos. Cuando tuvo que reconocer a Isabel, la hija tenida con aquella posadera, tardó años en darle su apellido. Y no le dio el primero, sino el Saavedra, un postizo. Puede que también dejara en Nápoles un bastardo, al que, supuestamente, menciona en Viaje del Parnaso.

Los escritores afamados se afanan en adular a las lectoras Clic para tuitear

En fin, que en tiempos de adulación en pro de likes, audiencias y ventas, los clásicos devienen comodines sobados en manos de tahúres mediáticos. Del Pozo y Eslava adulan con sus titulares a las lectoras, que estimulan el deprimente panorama editorial.

Pero calificar el Antiguo Testamento de «machista» y «genocida» es como pedir firmas para derribar el acueducto de Segovia porque las legiones romanas masacraron a los arévacos. No entro en si la Biblia está bellamente escrita —ahí está el Cantar de los cantares— ni discuto sobre lo que el tiempo ha vuelto mármol inmutable. Pero hay que leer ese auténtico superventas que nos ufanamos de no haber leído. Y lo digo como consejo para novelistas históricos. Y para escritores de lo que sea.

Entiendo que un escritor que se precie debe leer la Biblia

Como obra mitológica, los testamentos son un catálogo de arquetipos y, por tanto, de recursos para un escritor. Y ahí va el primero. No hay novela sin conflicto, ya sea exterior o interior. Un básico de los interiores es el desarraigo, la escisión. Vivir en una convulsa época de transición que ponga a los personajes en una encrucijada es una garantía de interés. En la novela histórica es obvio, y ahí van unos cuantos ejemplos:

  • Juliano el Apóstata, de Gore Vidal: el último emperador grecorromano en un imperio que ya es cristiano.
  • Ivanhoe, de Walter Scott: un noble sajón leal a un rey normando en una Inglaterra sin rey.
  • León el Africano, de Amin Maalouf: un refugiado granadino en el paso de la Edad Media a la Edad Moderna.
  • El capitán Alatriste, de Arturo Pérez-Reverte: un soldado pobre con alma de hidalgo que combate por una España corrupta y en decadencia.
  • Guillermo de Baskerville, de Umberto Eco: un pionero de la lucha entre la razón, aún tierna, y la oscuridad dominante y correosa.

¿Acaso no simpatizamos con los personajes desarraigados?

Cada uno con lo suyo, todos son desarraigados. Algunos aún tienen las raíces frescas, pero a otros ya los han arrancado de raíz. Todos son o pueden ser perdedores, un filón literario porque la mayoría nos identificamos con ellos. ¿Y por qué? Pues porque guardamos en algún rincón de nuestros instintos el dolor por la mayor pérdida humana, así sea simbólica. Una vez vivimos en el Paraíso y fuimos arrancados de él, metáfora del nacimiento, que nos arroja dolorosamente a la Vida para que nos vayamos muriendo. Por eso la Biblia se abre con el Génesis y se cierra con el Apocalipsis.

Adán y Eva son arquetipos literarios. Representan la inocencia y la felicidad inconsciente. Y el primer pecado. El destierro, el dolor, el sufrimiento, el hambre, la sed, el trabajo, el dolor del parto y de la crianza. Y, por fin, el primer asesinato por un segundo pecado, la envidia, que se añade a la soberbia. Todo eso nos hace humanos y escritores y lectores. Como novelistas históricos, como novelistas, no podemos renunciar a tan valiosísimo catálogo de arquetipos, es decir, de inspiración. Palabra de Dios.

Comparte este artículo en: