Si uno va a escribir en serio, debería conocer la mitología. Cada vez que un escritor afirma que no necesita los mitos, muere una musa en el monte Helicón. Menos mal que otros las resucitamos con nuestra fe y el inestimable auxilio del médico del Olimpo, Peán. Hasta los guionistas de Marvel respetan a los dioses antiguos. Ahí están Namor y Aquaman, trasuntos de Poseidón; o el marido de la Pataky, Thor; o nombres como Cíclope, uno de los miembros originales de la Patrulla X (o, para que no se nos vea la edad, X-Men).
¿En qué se parecen Mística y Zeus? Yo te lo cuento. Clic para tuitear
Pero hay deidades menos obvias en tebeos y pantallas. Sin ir más lejos, la propia Mística, la mutante metamórfica, o sea, dos veces mutante. Cuando es ella misma, su cabello tiene los tonos del coral y su piel, escarificada como la de una ballena azul llena de cintarazos de krakens, el color de las profundidades marinas.
De lo más coherente, pues Mística se diría inspirada en inmortales marinos igual de metamórficos. Que su inspiración sea el panteón acuático tiene su importancia. Recordemos a Bruce Lee en aquel anuncio de televisión: «Be water, my friend, be water». El agua se adapta a las circunstancias y toma la forma de su recipiente.
La primera de esas deidades marinas tan sumamente adaptables que te voy a presentar es la oceánide Metis, la primera esposa de Zeus. Ella le dio el emético para que Crono vomitara a sus hermanos. Dicen que Zeus la persiguió para violarla y que ella se metamorfoseaba sin descanso. El caso es que se casaron y Metis quedó encinta. Pero Zeus supo que su segundo hijo, un varón, sería más poderoso que él, así que la enredó en un reto: «No creo que una diosa pueda cambiarse en una humilde gota de agua». Ella lo hizo y él se la bebió. Al final, de la cabeza de Zeus nació la hija de Metis: Atenea.
La mamá del consentido Aquiles también era matemórfica
Tetis, la mamá de Aquiles, niño consentido donde los haya, también fue una diosa marina y, por tanto, metamórfica. Zeus y Poseidón se enamoraron de ella, pero un oráculo los aviso de que el hijo que resultara de la unión con Tetis sería más poderoso que su padre. Lo mismo que con Metis. Así que Zeus planeó casarla con un mortal: Peleo, rey de los mirmidones. Pero, antes, el mortal tenía que cazarla. Una misión imposible, según Ovidio: «Una vez eras un pájaro […] otra vez eras un árbol […] la tercera forma fue la de una tigresa de piel estriada». Al final, Peleo consiguió a Tetis, claro, por eso conocemos a Aquiles.
¿Y quién le chivó a Peleo cómo hacerse con la nereida? Fue Proteo, un hijo de Poseidón que compartía poderes metamórficos y oraculares con otros dioses oceánicos, Nereo, Glauco y Forcis. Repasemos un fragmento de la Odisea que nos viene como anillo al dedo (Canto IV, 351-586).
Cuando Menelao regresaba de Troya hizo escala en la isla de Faros, a una jornada de Egipto. Hay quien dice que Helena nunca estuvo en el palacio de Príamo, sino escondida por Hermes en las riberas del Nilo. Lo que Paris se llevó a casa fue una nube con su forma. Da igual, Helena era lo de menos. Los aqueos la usaron de coartada para acabar con una próspera aduana entre Oriente y Occidente.
Un dios del Mediterráneo es el precedente mítico de Mística
Así que Menelao, una vez destruida Ilión, iba a recoger a su mujer a la tierra de los faraones. Pero, como era soberbio e impío, se olvidó de los preceptivos sacrificios a los dioses. Por eso los Olímpicos lo castigaron con una enervante calma chicha. Que ya me dirás cuál era el problema si las pentecónteras argivas marchaban también a remo. Bueno, un recursito de Homero por aquello de la tensión dramática.

En fin, que mientras esperaba un viento que lo acercara a África, el caudillo espartano se encontró con la hija de Proteo, Idótea. Ella le reveló que solo capturando a su padre se hincharían de nuevo sus velas. El dios marino era pastor de focas, así que Menelao y tres de los suyos se camuflaron entre su grey bajo unas pieles. Bien merecido se lo tenía el dios, pues fue el delator que dejó vendida a Tetis.
Aquellos rebaños tenían que ser de focas monje, autóctonas del Mediterráneo; hace años, este pinnípedo se encontraba en peligro de extinción, pero hoy se recupera. Antes de seguir con nuestra fábula griega hagamos un paréntesis para incluir a un personaje de la mitología atlántica, las selkies.
Estos seres folclóricos de las islas Feroe, Islandia, Irlanda y Escocia también son acuáticos, pero menos miméticos que Proteo y Mística. Es decir, son «cambiantes», pero solo de foca a ser humano y viceversa. Aunque hay selkies de los dos sexos, se representa, sobre todo, a los ejemplares femeninos. Cuando conservan su forma animal, se les distingue de los simpáticos mamíferos anfibios por la profundidad e inteligencia de su mirada. Es la evidencia de su espíritu curioso, que las lleva a salir a tierra para observar a los humanos o para bailar.
Sus limitados cambios de forma son la perdición de las selkies

En el segundo caso se despojan de sus pellejos y danzan incansables. Y ahí está su perdición, pues los pescadores se los roban para obligarlas a casarse con ellos y tener hijos sanos y guapos. Pero, con el tiempo y la paciencia que tiene el mar para romper las rocas más fuertes, las selkies encuentran el modo de recuperar su piel y regresar al océano, dejando a su familia terrestre sumida en la más profunda melancolía.
Volvamos con Menelao. Cuando Proteo, el pastor de focas monje, salió del agua, el rey de Esparta y sus hombres se le echaron encima y lo aferraron como si fuera a echar a volar. No les quedaba otra: «Cambióse primero en león melenudo, en serpiente después, en leopardo y en cerdo gigante, luego en corriente de agua y en árbol frondoso», nos cuenta Homero. Y los espartanos, arañados, mordidos, empapados y con algún hueso astillado, que no aflojaban.
Cuando el dios se rindió por fin, Menelao no solo le preguntó cómo conseguir que soplara el viento: también quería conocer la suerte de sus camaradas. Para empezar, Proteo le aconsejó que ofreciese una hecatombe a los dioses para conseguir su perdón. Y luego le habló del asesinato de su hermano, Agamenón, a manos de Clitemnestra; de la muerte del impío y soberbio Áyax, y del extravío del griego de los mil ardides, Odiseo, perdido por el mar adelante. No haber preguntado, amigo.
Otro dios cambiante fue Nereo, el viejo del mar, sabio y bondadoso. Cuando Heracles buscaba el camino a las Hespérides para robar las manzanas doradas, interrogó a Nereo. Pero el anciano se transformó en agua y se le escapó entre las manos. Como el héroe insistía, Nereo se hizo fuego. Pero Hércules no cejaba, así que el dios regresó a su antropomorfismo y lo mandó a Mauritania.
Zeus cambiaba de forma para seducir a diosas y mortales
Proteo era sobrino de otro dios proteico. Hablo de Zeus, que usaba sus metamorfosis para el sexo. Así desvirgó a su hermana Hera en forma de cuco empapado y temblón: la diosa lo acurrucó en su seno y él se aprovechó, ¡menudo pájaro! Fecundó a Leda en forma de cisne, como la paloma a la Virgen María, aunque a un episodio se le llame mito y al otro dogma de fe. Y, para terminar con los disfraces ornitológicos, raptó a Egina metamorfoseado en el águila que era su atributo, igual que a Ganimedes.

Empapó a Dánae en forma de lluvia dorada —áurea, no de urea— y a Europa la cubrió como un toro. A Alcmena, la madre de Heracles, la engañó adoptando el rostro de su esposo, Anfitrión; raro que ella no sospechara nada, porque las proporciones divinas no son las humanas. Aunque, a Eurimedusa, la fecundó en forma de hormiga.
Así que ya sabemos dónde hemos visto antes a Mística, la mutante azul de los X-Men: en la mitología.
Y es que, para saber, solo hay que mirar con ganas de ver. ¿A que ahora mirarás a los superhéroes con otros ojos? Pues tengo más…
N. del A.: la ilustración de Mística que abre esta entrada pertenece al volumen colectivo Hijos del átomo. Once visiones sobre la Patrulla X (Alpha Decay).
Por cierto, de Zeus, Proteo y Mística te hablo también en mi último libro, ¿Nos hacemos unos griegos? (LGTBI en el Olimpo y su vecindario) que puedes conseguir aquí.