¡Ah, no!, que la otra vez no fueron cascos romanos, sino griegos. Pues empezamos bien… ¡Y seguimos peor!, porque voy a llevarle la contraria a Obélix: «¡Estos romanos están locos!». Pues no, y lo digo así, a pecho descubierto, sin poción de Panoramix ni nada. ¿Quién dijo miedo? Porque los romanos, en todo caso, eran como el del chiste: «Locos, sí, pero tontos, no».
Si algo caracteriza a las legiones, es la adaptación de la panoplia de sus enemigos. Esta vez nos fijaremos en el casco. Clic para tuitear
Si algo caracteriza a las legiones de Roma, es la inteligente adaptación de la panoplia ―o a la panoplia― de sus enemigos. Y, como hablaba de salud mental, me fijaré en el arma defensiva que protegía la cabeza de sus legionarios: el casco. Para ello, me serviré de las portadas de mi revista de historia militar favorita, Desperta ferro.

Este repaso nos llevará desde la República (III a. C.) hasta el desastre de Adrianópolis (IV d. C.). Es decir, un viaje de setecientos años gracias a este agujero de gusano bloguero.
E insistiré en que los legionarios de Uderzo y Goscinny son una caricatura y que tantos siglos de historia dan para mucha variedad. La verdad es que esto último es casi una obsesión. Será por eso que no es la primera vez que hablo de la uniformidad de las legiones. Verbigracia, «Más errores en las novelas sobre Roma».
Para empezar, el mundo helénico, a través de la Magna Grecia, fue una primera influencia en el arsenal romano. Pero también la cultura céltica, presente en el norte de la Península Itálica desde tiempos remotos.
Así, en la ilustración 1, vemos a un legionario de principios del siglo III a. C. enfrentándose a un elefante del ejército invasor del rey Pirro, el de las victorias «pírricas». Un sinónimo de esta expresión es el de «victoria cadmea». Ambas resumen un triunfo bélico que incluye la ruina de las propias fuerzas. La segunda alude al fenicio Cadmo, mítico fundador urbano e introductor del alfabeto en la Hélade. El dragón de Ares masacró a todos sus hombres, aunque Cadmo lo matase al final. El héroe sembró los colmillos de la sierpe. De ellos nacieron unos guerreros terribles que, primero, lucharon contra el fenicio y luego se mataron entre sí. Sobrevivieron cinco, que ayudaron a Cadmo a marcar los límites sagrados de la nueva ciudad y a construirla. Primero se llamó Cadmea y, más tarde, Tebas.

El casco del legionario que se enfrenta al elefante es del tipo montefortino, inspirado en ejemplares celtas y usado entre el siglo III a. C. y el I d. C.. Debe su nombre a la región italiana de Montefortino, en Ancona, donde se han encontrado varios ejemplares. El de la ilustración lleva unos cuernos que podrían indicar que se trata de un oficial, quizás un centurión.
El influjo griego se aprecia en la ilustración 2. Esta portada de Desperta Ferro es una representación de Quinto Sertorio, el militar romano que, en el siglo I a. C., se rebeló en Hispania contra la dictadura de Sila. Su casco es del tipo ápulo-corintio, derivado del modelo corintio que ocultaba por completo la cara de los hoplitas. Te hablo de él con más detalle en esta entrada que protagoniza Atenea. Una diosa de lo más electoral y, dada nuestra afición a las urnas, de lo más hispana.
El montefortino dio paso a otros cascos que ofrecían más protección, como el coolus. Este modelo tenía visera, guardanucas volado, carrilleras más anchas y un botón en lo alto del capacete. Lo lleva el legionario cubierto de sangre de la ilustración 3 que aferra su águila durante la emboscada germana en el bosque de Teutoburgo.

El heroico y desgraciado mílite viste una lorica hamata, es decir, una cota de malla, una influencia celta. Lo menciono porque, sea cual sea la época, siempre identificamos a un legionario con la lorica segmentata, la de los tebeos de Astérix.
Pero la segmentada no tuvo, ni de lejos, una vida tan larga, pues era más cara y no aseguraba más protección. Es la que llevan los legionarios de Trajano de la ilustración 4 que, recién estrenado el siglo II, se enfrentan a una horda dacia armada con falx, sus terribles guadañas.
Sus cascos son gálico-imperiales, con carrilleras y guardanucas más amplios y una cruceta sobre la calota para amortiguar los golpes de las hoces enemigas. También por eso, refuerzan el brazo derecho con la manica de los gladiadores.
Cubrir la cabeza de los legionarios llegó a convertirse en una obsesión. Por influencia oriental y presión bárbara, la caballería tuvo más protagonismo en ese período y las espadas eran más largas, lo que significaba más golpes de arriba abajo.
El siglo III fue el de la anarquía militar: entre Septimio Severo y Diocleciano, hubo treinta emperadores: veintitrés murieron asesinados, en batalla o se suicidaron

Así llegamos al hipertrofiado modelo Niederbieber, de la familia itálico-imperial. El que vemos en la Ilustración 5 es de la época del emperador Septimio Severo, en el cambio del siglo II al III.
El tercer siglo de nuestra era fue el de la anarquía militar. Entre Septimio Severo y Diocleciano, hubo treinta emperadores: veintitrés murieron asesinados, en batalla o se suicidaron. Cualquier aventurero con una legión a su mando, lo arriesgaba todo por la púrpura imperial. De alguno te hablo en esta entrada sobre los primeros Brexits de la historia británica.
La caballería adquirió un protagonismo inédito que iría en aumento hasta la caída del Imperio de Occidente y que continuaría en Bizancio. Por eso, la Ilustración 6 representa a dos «caballeros» enfrentados. Aunque parezcan fantasías asiáticas o renacentistas, ambos cascos son romanos, uno de inspiración frigia y, el otro, un desarrollo del casco Niederbieber, tan cerrado que parece avanzar los yelmos medievales.


Y ya que mencionamos la Edad Media, ¿no parecen nuestros últimos legionarios auténticos peones de mesnadas medievales? Los cascos que llevan se conocen como «de cresta», en referencia a la faja metálica que une sus dos mitades. Eran muy baratos de producir, aunque no hay acuerdo en si eso mermó su calidad, como afirman algunos historiadores.
Muchos de aquellos legionarios del siglo IV ni siquiera eran romanos, sino visigodos, vándalos o alanos; y eso es lo que parecen, guerreros bárbaros. Legionarios, por cierto, que ya no creían en Marte o en Mitra, ni siquiera en el Sol Invicto de Juliano, el último helenista. Le rezaban a un dios de paz y redención y a su hijo, un hebreo crucificado.
