Con mayor o menor intensidad epifánica, el mito se manifiesta en nuestras rutinas como el rescoldo de lo sagrado bajo la ceniza de los días. Hoy hablaré, para empezar, de las apariciones cotidianas del caprichoso Baco. Pero también traeré a Procusto, a la sibila y a Medea. Dioniso está muy lejos de ser el dios borracho y libidinoso del tópico; el hijo de Sémele muere y renace con dolor y baja a los infiernos en busca de su madre. Menuda veta para el psicoanálisis.
Esta semana, una bacante ha paseado la cabeza de un hombre por un plató Clic para tuitear
Solo quienes disfrutan en la mitad de su vida (y más allá) de los placeres de fermentados y destilados conocen la agonía, ya no solo física, de una resaca. Y ahí está Baco en su integridad como dios de la embriaguez y de su reverso.
Ubicuo e impertinente, Dioniso se manifiesta donde menos se le espera. Por ejemplo, en los dominios de Ártemis, patrona de las amazonas. Aprovecho para autocitarme. En la página 142 de ¿Nos hacemos unos griegos? digo así:
«Cuando, en la entrega de los Globos de Oro [2018], Oprah Winfrey terminó su discurso racial y feminista entre los vítores y los rostros transfigurados, extasiados o llorosos de las actrices, directoras, guionistas y productoras presentes, el autor de estas líneas sintió un escalofrío, aunque no de emoción, sino de pánico. […] Por un instante, el Beverly Hilton pareció a punto de venirse abajo a manos de una horda de bacantes enfurecidas. Al día siguiente, la cabeza de uno de los premiados, el actor y director James Franco, fue clavada en la picota de las redes sociales por presuntos abusos sexuales».

Cito ahí el pasaje mitológico sobre el rechazo y posterior implantación del culto dionisíaco en Tebas, cuna del dios. Cuando el rey Penteo se le opone, Baco instila su manía en las tebanas, que se echan al monte a celebrar al dios extrañado. Sus ménades, las ninfas que lo criaron, se encarnan en las bacantes, adoradoras mortales del dios de los excesos. También embauca a Penteo para que, escondido, sea testigo de la bacanal montaraz.
Pero las desmelenadas descubren al mirón y le aplican el ritual y maniático sparagmos, es decir, el descuartizamiento sagrado. Aun más, una bacante desatada clava la testa ungida en un mirto y atraviesa, triunfal, una de las siete puertas de Tebas. No es otra que la reina Ágave, su madre.
Un hombre decapitado desmelena a a las bacantes de TVE Clic para tuitear
Pues bien, a partir de aquí hablará el amante de la mitología, pero también el periodista con muchos años de ejercicio y el doctor en Periodismo con una tesis sobre ética profesional (o sobre su ausencia). Ahí van los antecedentes:
- Viernes, 27/09 (Castro Urdiales; Cantabria). Una mujer avisa a la policía de que tiene en su casa una caja con la cabeza de un hombre. El paquete se lo dejó en custodia una amiga; le dijo que contenía juguetes sexuales. Cuando la caja empezó a apestar, la depositaria la abrió e hizo el macabro descubrimiento. A continuación, interviene la justicia.
- Miércoles, 02/10 (Programa La mañana/La 1, TVE). La veterana y prestigiosa periodista Carmen Enríquez compara el suceso, entre bromas y risas, con la película Locos en Alabama, donde Melanie Griffith mata a su marido y lo decapita porque la maltrata y no la deja convertirse en una estrella de Hollywood; después guarda la cabeza en una sombrerera. «Esto en el cine ya se ha hecho», remata Enríquez entre risas.
- Los presentes —cuatro hombres y tres mujeres más— se unen a la chocarrería. Y ríen porque la presunta parricida declaró que guardaba la cabeza por ser «el único recuerdo» de su esposo. «¡Y el piso!», ironiza uno de los cuatro hombres presentes. El vídeo de ese fragmento del programa lo puedes ver aquí.
- Desde el mismo día 2 aparecen críticas a Enríquez y al programa en las redes sociales y en algunos medios. La Plataforma TVE Libre denuncia la falta de ética de la periodista y señala a Alicia Gómez Montano, editora de Igualdad en TVE, quien no se pronuncia en su combativa cuenta de Twitter.
No dibujaré el escenario consecuente si la cabeza hubiera sido de una mujer. De haber bromeado a costa de la asesinada, ni Apolo, abogado de Orestes, nos habría amparado.
Así pues, Ágave se ha manifestado esta semana entre nosotros. ¿Por qué se vio empujada la periodista Carmen Enríquez, que trabajó en Informe Semanal y llevó la información de la Casa Real durante años, a pasear, alborozada, la cabeza de un hombre por un plató? Seguramente, por el extrañamiento asociado a Dioniso. Extrañamiento de la humanidad, de la dignidad, de la ética profesional y del respeto debido a los muertos, más todavía si han sido asesinados y profanados. Es decir, la bacante Enríquez se vio afectada por una forma de manía báquica, quizá por la enajenación adosada a la industria del espectáculo. Culpa de Dioniso, claro.
A María Casado se le supone una sensibilidad que no tuvo
Sobre la sensibilidad de la presentadora del programa, la periodista María Casado, expareja de la también televisiva Toñi Moreno y pareja de la abogada Natalia Marcos, nada diré porque se dice solo. En cuanto a los contertulios… Bueno, entiendo su pecado de omisión y su cobardía. Los tertulianos son como Caronte: se lo llevan muerto con un par de monedas en la boca. Hay pocas cosas más rentables que ser un barquero de opiniones en la ciénaga del entretenimiento televisivo.

En la información sobre delitos de género, la mayoría de los medios españoles me recuerdan a otro personaje mitológico. Procusto era un posadero del Ática que redondeaba sus cuentas con el asesinato y el robo. Tenía dos camas en su posada, una corta y una larga. En la primera tendía a los huéspedes altos y en la segunda, a los bajos. Para que se ajustaran a la longitud del lecho, a los altos los recortaba a hachazos y a los bajos los descoyuntaba.
Hoy, en el periodismo español, el feminicidio se descoyunta hasta que alcanza la consideración de terrorismo. En cambio, los parricidios se someten a risas y bromas y los infanticidios cometidos por mujeres se recortan con exquisita presunción de inocencia y titulares sibilinos: «Mueren una mujer y su hijo tras tirarse ella de un sexto piso con el niño en brazos» (El País, 29/10/2018).
O este otro, reciente y repugnante: «Una mujer mata a su hijo tras denunciar a su marido por violencia de género» (El País, 10/10/2019). La mujer estranguló al niño para que el padre no consiguiera la custodia y las denuncias de ella eran falsas. Para la prensa postmoderna, tales infanticidios no son crímenes, son accidentes. En el primer caso, ella no es responsable: es el Hado y la Ley de la Gravedad; y en ambos, seguramente, los siglos de presión heteropatriarcal, marcada a fuego en el ADN femenino.
La victoria de Medea: matar al padre en la cabeza del hijo
En semejante tratamiento de la información, uno sospecha de la sombra de Medea. Cuando la hechicera asiática mató a los hijos que tuvo con Jasón había tanto despecho como intención política. Al asesinar a los niños hería al amante que la abandonaba. Pero también mataba al padre porque descabezaba su linaje. Hay quien, en los últimos extremos de la manía báquica, justifica los infanticidios cometidos por mujeres con la coartada del «terrorismo patriarcal».

En el paroxismo de la rendición de la ética periodística ante las banderías ideológicas, el director de eldiario.es, Ignacio Escolar, arrimó el ascua a su sardina al comentar lo que sigue sobre la infanticida Ana Julia Quezada, estranguladora confesa y condenada del niño Daniel Cruz: «El discurso de odio contra Ana Julia es por ser mujer, inmigrante y negra». Escolar lo desmintió y alegó manipulación, pero el vídeo está en Internet y, muy en la línea de cierta izquierda, convierte al verdugo en víctima.
Antes de marchar a la guerra, un hoplita podía consultar a la sibila:
—¿Moriré?
—¡Vivirás! No morirás.
Si caía en la batalla, la familia pedía explicaciones. Y la sibila, sibilina, siempre tenía respuesta:
—Lo entendisteis mal. Yo dije: «¿Vivirás? No, morirás».
La sibila se reencarna hoy en los titulares artificiosos y en la negación de lo declarado bajo el recurso al malentendido y a la mala intención.
La responsabilidad nos distingue de las bacantes griegas
Los griegos no conocían la culpa. Cuando las tropas aqueas llegaron a la llanura de Ilión, el rey Príamo dio consuelo a Helena con estas balsámicas palabras:
No eres tú la culpable; los dioses lo son, que movieron
esta guerra luctuosa entre aqueos y todos nosotros
Ilíada, III, 164-165
Argivos y troyanos eran juguetes de los dioses. El Hado, la manía y la hibris los hacían irresponsables. Hoy, además de conocer la culpa y el albedrío, la libertad y sus responsabilidades, sabemos que a los dioses los creamos nosotros. Por eso, ni el destino, ni la locura sagrada ni la soberbia son atenuantes de nuestros errores. De ahí que los periodistas, sea cual sea nuestro sexo, no tengamos disculpa cuando, como bacantes, paseamos alborozados una cabeza por un plató.