«Porque el Brexit no es de hoy» es el lema de mi último libro, Brexit con puñetas (Ingleses por España en tiempos de Maricastaña). El antepasado más obvio del divorcio actual entre la isla y el continente es el cisma anglicano de Enrique VIII, formalizado en 1534. Pero trece siglos antes, en el siglo III, la provincia romana de Britania, conquistada bajo Claudio en el 44, vivió separada del imperio. Los britanos ya conjugaban el verbo To Brexit: Brexitus, brexita, brexitum…
Legionarios aventureros y mafiosos impulsaron los Brexitus Clic para tuitear
Marco Aurelio fue el último de los «cinco emperadores buenos», según Maquiavelo. Los otros fueron Nerva, Trajano, Antonino Pío y Adriano. Su muerte en 180 puso fin a la Pax romana, inaugurada por Octavio Augusto veinticuatro años a. C. «Después de mí, los vándalos», pudo decir el emperador estoico. Y tal cual…

Tras el quinto bueno se sucedieron continuos golpes de estado protagonizados por los mandos —o por meros aventureros— de esta o de aquella legión. Cohortes de césares usurpadores lucharon por el trono en cruentas y debilitadoras guerras civiles. Entre la plebe se hizo hábito apostar sobre el siguiente magnicidio. Se abrieron vías de agua en todas las fronteras y una decadencia lenta, pero inexorable, sentenció a Roma.
Así las cosas, la Galia, Britania e Hispania se dieron a sí mismas un Brexitus en 260 y formaron el llamado Imperio galo-romano. Lo gobernó un rudo militar de la frontera germana con una parábola por nombre: Póstumo.
Los persas mataron a Valeriano y Roma se hizo pedazos
¿Cómo lo consiguió? Con sus legionarios. Y con la derrota del emperador oficial, Valeriano, a manos del sha de Persia, Sapor I, en la batalla de Edesa. Una vergüenza de dimensiones olímpicas cubrió a los romanos. Jamás, desde que La Urbe era urbe, un emperador había caído en manos bárbaras. Cuentan que Sapor obligó al augusto a tragar oro fundido y que luego lo despellejó, curtió su piel y la colgó en el salón del trono de Ctesifonte.
La ocasión la pintaban calva. Una veintena de generales se rebelaron contra el hijo y sucesor de Valeriano, Galieno. A este no le llegaban los días ni las tropas para taponar los pronunciamientos ni las torrenteras asiáticas y germánicas que amenazaban con ahogar el imperio. Como al nuevo emperador no le daba la vida, Roma se partió en tres. Póstumo se quedó con su imperio galo-britano. La mítica reina Zenobia se hizo emperatriz en Palmira. Y el resto —Italia, Grecia, Asia Menor y África del Norte— permaneció con Galieno.

Aureliano: «Si quieres salir vivo, maniata a tus legionarios»
Ocho años después, Póstumo fue asesinado por sus tropas porque no les dejó saquear Maguncia. Tras su muerte, Hispania y Britania volvieron al redil, pero la Galia no. El último emperador de aquella escisión fue —¡ojo también al nombrecito!— Tétrico II, hijo de Tétrico I. Los derrotó Aureliano, el mismo que acabó con Zenobia, y todo en el mismo año de 273. Competente y de mano dura, reunió el imperio en un lustro. Tenía una máxima: «Si quieres vivir, maniata a tus legionarios». Consejos vendo y para mí no tengo: en un despiste, sus guardias lo apuñalaron.

Pero en el 286, un oscuro oficial naval que fue práctico de puertos, Marco Aurelio Carausio, protagonizó un Brexitus más estricto que el de Póstumo. Venía de distinguirse contra los bagaudas de la Galia, una mezcla de indignados, desahuciados y pobres de solemnidad hispano-galos organizados en bandas de guerra. De aquella campaña salió con el nombramiento de comandante de la flota romana del Canal de la Mancha.
Su misión era combatir a los piratas francos y sajones. Al principio cumplió, pero, como un hampón de la Suburra, calculó que le saldría mejor cobrarles protección. Por una parte de los botines y alguna que otra captura para el expediente, les permitió saquear ambas orillas del canal. En consecuencia, el emperador Maximiano ordenó su ejecución.
Pero Carausio, hombre de recursos, eludió el castigo dictando, de nuevo, la independencia de la isla. Ni corto ni perezoso, se proclamó emperador británico y «restaurador y alma de Britania». Tuvo el descaro de reconocer a Maximiano como emperador de Roma y de ofrecerle relaciones diplomáticas. Eso es autoestima y lo demás, pamplinas.
Su poder se extendió al continente hasta que lo derrotó Constancio Cloro, padre del Constantino I, ese al que Dan Brown echa la culpa de haber convertido el cristianismo en tiranía y estafa. Carausio fue asesinado por su tesorero, Alecto, que no tardó un suspiro en proclamarse nuevo emperador británico. Tres años después, Constancio también lo eliminó y puso fin al segundo Brexitus.
Un siglo más tarde el imperio ya estaba dividido entre Oriente y Occidente. Pero seguía hostigado por enemigos externos e internos. Así que necesitaba todas sus tropas y los mercenarios bárbaros que pudiera contratar. La capital oriental era Constantinopla, pero la occidental ya no era Roma. El emperador Honorio se la llevó a Rávena porque sus ciénagas eran más seguras que las murallas de la Ciudad Eterna. El mejor de sus generales era un vándalo: Flavio Estilicón. En el 402, apremiado por la presión de visigodos, suevos, vándalos y alanos, Estilicón llamó a las legiones de Britania al continente. Los britanos quedaron indefensos ante la amenaza de sajones, anglos y jutos. Se preparaba el Brexitus definitivo.
Miedo y resentimiento, ingredientes del Brexit del siglo V
La angustia y el rencor ante el abandono de la metrópoli provocaron nuevos pronunciamientos militares en la isla hasta que, en el 407, un legionario raso, Flavio Claudio Constantino, se proclamó emperador con el nombre de Constantino III. Envalentonado, saltó al continente y conquistó la Galia e Hispania. Es decir, los britanos no se iban a independizar de Rávena, iban a conquistar el Imperio de Occidente.

Honorio, que sospechaba hasta de su sombra, mandó ejecutar al último de los salvadores de Roma, Estilicón. Sus éxitos militares y la lealtad de sus legiones lo convertían en un aspirante al trono muy peligroso. Semejante error político le dio un buen respiro al usurpador británico; es más, Honorio reconoció a Constantino como coemperador. Eso no impidió que, a la primera señal de debilidad, enviará contra él a sus generales.
Brexitus va y Brexitus viene, los sajones empezaron a invadir Britania. Los paisanos de Constantino III se sintieron abandonados por el ambicioso usurpador. En consecuencia, rompieron lazos con el continente y expulsaron de la isla a los últimos representantes de Rávena. Constantino, aislado y cercado en la Galia, abdicó y se rindió. En 411, fue ajusticiado a pesar de las promesas de clemencia.
A partir de ahí, a un paso de que el imperio occidental desapareciera, la céltica Albión entró en su Edad Oscura, llamada así por la carencia de fuentes documentales. Eso propició leyendas como la del rey Arturo, martillo de sajones. Desde un punto de vista histórico, hablamos de un caudillo britano del siglo VI —o de una sucesión de ellos— que pretendió conservar un mínimo de civilización y de tradición romana en un territorio hostigado, y finalmente conquistado, por invasores boreales. Tras los sajones, los vikingos y, con el cambio de milenio, los normandos, que se hicieron dueños de Inglaterra.
Camelot fue el precedente legendario del Brexit del XXI
El Ciclo Artúrico es la historia legendaria de Britania compilada en la Edad Media. El más importante de sus personajes es Constantino III, o Constantino II de Britania, que expulsó de Albión a los pictos y ¡a los hunos! Pero su mayor mérito fue engendrar a Uter Pandragón, padre de Arturo.
En céltico, Pendragon o Pandragón significan «cabeza de dragón» o «dragón a la cabeza». Un modo de referirse a la enseña de los ejércitos tardorromanos, el draco de inspiración dacia. La ilustración que cierra esta entrada recrea el aspecto de un Arturo britanorromano, todo un oficial del Bajo Imperio. Tras él ondea un draco.
Arturo creó, gracias a sus victorias legendarias sobre los sajones, un reino aislado, maravilloso y autosuficiente. Y lo llamó Camelot, la utopía de los brexistas de 2017. En conclusión, lo más risible y desalentador de que la mitad de los británicos nieguen con desdén e ignorancia sus lazos continentales es el popurrí de pueblos europeos (celtas, bretones, romanos, sajones, anglos, vikingos y normandos) que forman sus raíces.

Merche
¡Alucino! ¡Qué angelitos! Y qué buenos eran todos: yo mato, tu matas, él mata… El caso es que había pensado trasladarme a esos tiempos. Ahora ya no estoy tan segura.
¡Gran artículo! Por aquí estoy esperando el siguiente.
José Juan Picos
Muchas gracias, Merche. Lo alucinante, con sus matices temporales, es como la Historia se riza sobre sí misma y el ser humano no deja de ser el mismo aunque pasen lo siglos. Y la verdad es que yo te veo más en los tiempos de «Penny Dreadful», en la Inglaterra victoriana, a medio camino entre lo gótico y el steam punk… Ya me pongo a cavilar en el siguiente, descuida.